UNAS CUANTAS
PREGUNTAS FRECUENTES
que pueden resolver las principales dudas/curiosidades que puedes tener
Esa respuesta la debes descubrir tú. Algunos indicios pueden ser los siguientes: la búsqueda de un seguimiento auténtico de Jesús, el deseo de consagrarse a Dios dándose a los demás, el interés por anunciar el Evangelio por todos los medios posibles, el aprecio por la vida en comunidad, y la sintonía con la vida y misión de los claretianos. Para clarificarte, te podemos ofrecer un acompañamiento personalizado que te ayude a aclararte.
En realidad, uno forma parte de nuestra Congregación a partir de su profesión religiosa, la cual se realiza después del noviciado. Es cierto que en los años siguientes ha de seguir preparándose en lo que llamamos la formación inicial, sumando un total de entre cuatro y siete años. Son varios años porque consideramos que es una etapa muy importante en la que asentar las bases para vivir nuestra vida y realizar nuestra misión. Sabiendo que no son solamente años de estudio. Incluyen también la vida de oración, la vivencia comunitaria, las actividades apostólicas y el acompañamiento personal. Experiencias variadas e integradas que nos permiten sintonizar más con Dios, con los hermanos y con el mundo que Dios ama, para servirle mejor.
Normalmente nos llamamos “misioneros claretianos” o simplemente “claretianos”, ya que nuestro fundador es San Antonio Mª Claret. A la vez hay un nombre más original, con el que Claret nos llamó: “Hijos del Inmaculado Corazón de María”. Las letras “CMF” son las iniciales de las palabras “Cordis Mariae Filius”, que significan eso mismo: “Hijo del Corazón de María”, en latín. “Ser claretianos” es nuestro modo de ser hombres, cristianos, religiosos, apóstoles, y –algunos de nosotros- sacerdotes. Somos hijos amados de Dios y nos sentimos enviados a anunciar el Evangelio, haciéndolo todo con un corazón como el de María: compasivo, cercano, sencillo, servicial, disponible, que gusta el silencio, que escucha y acoge la Palabra, que se entrega a la voluntad de Dios…
Existe una definición que nos dejó nuestro fundador que expresa muy bien lo que es un “misionero claretiano” con el lenguaje propio de la época:
Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa. Que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todos los hombres en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias; se alegra en los tormentos y dolores que sufre y se gloría en la cruz de Jesucristo. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Cristo en orar, en trabajar, en sufrir, en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de los hombres.
Nuestra vocación especial en la Iglesia es el ministerio de la palabra, con el que anunciamos la Buena Noticia de Jesucristo por todos los medios posibles. Esto lo hacemos compartiendo las angustias y esperanzas de la humanidad, en colaboración con los que buscan la transformación del mundo según el designio de Dios y con una especial cercanía a los que son excluidos del amor de los demás y sufren las consecuencias de la injusticia. Nuestra misión se nutre de la Palabra de Dios y de la Eucaristía y se irradia en el mundo bajo el signo de la misericordia y la ternura, que aprendemos del Corazón de María. Y en la práctica, cumplimos nuestra misión suscitando y consolidando comunidades de creyentes, en los más variados contextos y a través de los medios más diversos: colegios, parroquias, colegios mayores, misiones, publicaciones, medios de comunicación, ONGD’s, pastoral con niños, adolescentes, jóvenes y familias, formación de agentes de pastoral…
No todos. Algunos –los misioneros en formación o “estudiantes claretianos”- están en proceso de formación inicial, hasta su incorporación definitiva a la Congregación por medio de la profesión perpetua. Otros -los misioneros hermanos- viven la consagración religiosa como cooperadores de la misión, desde su carácter laical, dando testimonio en el ejercicio de su trabajo. Los sacerdotes claretianos añaden a la vivencia de su consagración religiosa el servicio pastoral y sacramental en la misión.
Puede ser que hoy cueste entender esto más que en otros tiempos. Los claretianos nos sentimos llamados a vivir el mismo estilo de vida de Jesús, que vivió libre y disponible, consagrado a las cosas del Padre. Este modo de vida nos permite una especial cercanía con el Señor y una entrega generosa a las personas, en la búsqueda del Reino. Por ello hacemos una opción libre por el celibato.
El voto de pobreza nos hace semejantes a Jesucristo pobre, poniendo nuestra confianza en el Padre y no en los bienes, buscando ante todo el Reino de Dios. Ello no es incompatible con disponer de los recursos necesarios para nuestra vida y misión. En concreto, vivimos nuestra pobreza mediante una vida austera y sin lujos; mediante el esfuerzo en el trabajo cotidiano, independientemente de su remuneración; y mediante la comunión de bienes.
El voto de obediencia es la promesa de escuchar a Dios cuando nos habla por medio de algunos hermanos de comunidad. Ellos, en la escucha del querer de Dios y de las distintas situaciones, buscan cómo orientar la vida y misión común para que sean lo que están llamadas a ser. Con ello nos queremos parecer también a Cristo, que se hizo obediente a la voluntad del Padre. Como en él, la plenitud de nuestra libertad se da cuando nos hacemos disponibles para la tarea del Reino en nuestro mundo, a través de las mediaciones que pone a nuestro alcance.
Consiste en compartir la vida y la fe, la oración y la misión, las alegrías y las preocupaciones, las dudas y las certezas. Para nosotros la comunidad es esencial en el seguimiento de Jesús. Sólo podemos ser cristianos y consagrados con otros. Los claretianos estamos unidos no por motivos humanos sino porque Dios nos ha con-vocado. La comunidad es don (regalo de Dios) y tarea (trabajo nuestro). Se edifica cada día acogiendo el don y con la tarea continua de nuestras opciones.
Sí se puede, apoyados en aquél que nos llamó. Es cierto que con frecuencia experimentamos el cansancio y puede aparecer la tentación de la mediocridad. Pero seguimos sintiendo la llamada y nos fascina la belleza de una vida entregada al servicio del proyecto de salvación que Jesús nos ha revelado y por el que Él mismo ha dado su vida. Sentimos que vale la pena vivir como misioneros, al estilo de Claret.
CUALQUIER OTRA PREGUNTA
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TODOS HEMOS SENTIDO LA MISMA LLAMADA DE DIOS A:
Ser discípulos y seguidores de Jesucristo, vivir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, vivir en la misma comunidad de vida con Jesucristo y con otros hermanos, y ser enviados a anunciar a todo el mundo la Buena Nueva del Reino.
Así asumimos el itinerario espiritual y la preocupación fundamental de San Antonio Ma. Claret que era edificar la Iglesia a través del ministerio de la Palabra desde el ministerio ordenado (como Sacerdotes o Diáconos) o desde la dimensión laical (como Misioneros Hermanos). Todos compartimos un mismo proyecto de vida y misión.
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